sábado, 22 de diciembre de 2012

Eduardo Rubio, ceramista 1926 - 2012



        Mi padre  Eduardo Rubio dedicó gran parte de su vida a la cerámica. Había nacido en 1926, en Buenos Aires, en un hogar de inmigrantes españoles, humildes pero con un verdadero valor de la cultura. De pequeño le encantaba dibujar y cuando yo era niña me contaba de algunos maestros que lo habían estimulado,  habían moldeado su fantasía, su creatividad (entre ellos recuerdo al maestro Pose, a quien le  guardaba un gran afecto y admiración). Durante su juventud, estudió Bellas Artes en Buenos Aires, en la “Escuela Manuel Belgrano”, en la “Escuela Pueyrredón” y luego en la “Escuela De la Cárcova”.

Fue discípulo de Lino Enea Spilimbergo, figura sobresaliente del movimiento moderno en Argentina, y se especializó en pintura mural en la academia de ese profesor, realizando junto a él, varios murales en edificios públicos y privados.

En 1956, recién casado con mi madre, Beatriz Magliati, el joven matrimonio se afincó en Montevideo y juntos crearon el Taller de Expresión Plástica de Montevideo, primer centro especializado en la docencia de artes para niños.

En sus primeros meses en la capital, Rubio tomó contacto con Carlos Páez Vilaró, con quien luego realizó varios murales (en Montevideo y Punta del Este). La pareja se integró a la vida del “Taller de Artesanos”. A partir de entonces, mi padre entabló amistad con Marco López Lomba, pionero de la cerámica en nuestro país., quien le mostró su forma de trabajar e inclusive le brindó generosamente la oportunidad de usar su taller, en los primeros tiempos. Como decía mi padre, él aprendió mirando.

En 1961, volviendo a su primera formación en la Argentina,  mi padre ocupó el cargo de profesor de técnicas de pintura mural en ENBA. En el Taller de Montevideo enseñó cerámica durante muchos años (además de pintura, grabado y mosaico)

Continuando con la cerámica, y ya en su taller propio, aprendió a preparar sus materiales, a diseñar y fabricar su propio equipo (mi padre se hizo su primer horno, que hasta el día de hoy funciona), siguiendo por mesas, batidoras, herramientas. Producía por placer y también como forma de sustento desde piezas utilitarias y para decoración, como pies de lámparas, vajillas, platos, murales.

Expuso en varias ocasiones en exposiciones individuales y colectivas (algunas de cerámica, otras de pintura),  en las galerías “Pozzi” y “Lirolay” (Argentina), en Punta del Este, Durazno, Paysandú, entre otros lugares. En Montevideo lo hizo en “Galería U”, “Galopar”, “Asociación Cristiana de Jóvenes”.

En mi infancia yo amaba ir a su taller y verlo trabajar, en el torno, probando esmaltes, esgrafiando. Lo acompañaba a ir a buscar la greda para agregarle a la pasta para hacerla más plástica.
En mi casa, los objetos de uso estaban hechos por mi padre: platos, vasos, cafeteras y tazas convivían con nosotros diariamente.

Mi padre me enseñó a amar la cerámica y la magia del fuego. Fue una persona intimista y hasta reservado, poco afecto a mostrarse, con una concepción casi de otra época, casi reacio a promocionar su trabajo pero con una gran capacidad de disfrute.
Muchas veces me mostraba emocionado una pieza que salía del horno, un invento de texturas diversas, pruebas de nuevos esmaltes. Nunca lo ví ansioso por una horneada: aceptaba que la cerámica exige una espera y la disfrutaba. Mientras la pieza que estaba haciendo se secaba, o estaba en el horno, él inventaba otra cosa.





En estos platos comíamos mis hermanos y yo.







Jarra y vasos, esmalte esgrafiado


Florero, esmalte esgrafiado.



                                                      foto: Alexandrra Novoa





Eduardo Rubio
Cerámica 1040 grados, oxidación 
Florero, esmalte esgrafiado



Mural 1970
Eduardo Rubio




                                                  Foto: Juan Pablo Landarín

Este ángel tenía la función de campana. 
La hizo para mí cuando yo era chica y aun rota, la conservo con cariño.

Estas son algunas de las piezas que me acompañaron en mi infancia y que me marcaron en mi destino como ceramista.


5 comentarios:

Mariel dijo...

qué orgullo de hija! mi papá era pintor. a veces me gustaría poder pedirle opinión sobre mi obra...

saludos! Mariel

Dante Alberro dijo...

Rosina, que suerte la tuya, la de haber tenido un padre así!

Rosina Rubio dijo...

Gracias Mariel! Saludos.

Rosina Rubio dijo...

Hola Dante. Yo siento que soy muy afortunada por eso y me alegro que me haya contagiado su amor por la cerámica. Un abrazo enorme.

Marcelo dijo...

Fui alumno de Eduardo y Beatriz cuando era chico, guardo conmigo no solo todo lo que aprendi sino también un inmenso cariño. Marcelo Baptista.